Hoy la luna está amarillenta. El cielo, por minutos tiñéndose de añil oscuro, es un lienzo perfecto sobre la manta verdosa de los árboles de mango. Se respira tranquilidad, y por una vez el vallenato no se empeña en ser banda sonora del acontecer cotidiano. El barrio respira tranquilo, un niño protesta a lo lejos y el sonido más alto es el ruido de una fruta al caer sobre el capó de un coche. No pienso en nada, Toffee remolonea a mis pies... Paz en el verano eterno de Valledupar.
Me pregunto si será la calma que precede a toda tormenta perfecta. La luz llega tenue desde la cocina, aunque no sé por cuánto tiempo. Llevo dos meses sin pagar la luz, desde que un día me cortaron el suministro eléctrico por error y me dí cuenta de que el contador que figura en mi factura no es el que corresponde a mi pequeño apartamento sin aire acondicionado. No, resulta que llevo 16 meses pagando el consumo de una vivienda de dos pisos tres casas más abajo, con su(s) aire(s) correspondiente(s). Tal revelación tuvo lugar gracias a la incompetencia suma de Electricaribe (Unión Fenosa), que no acudió a ninguna de mis tres llamadas de urgencia cuando me cortaron la luz y acabé buscando mi contador casi a ciegas con el tendero de la esquina, hasta que nos dimos cuenta de lo que ocurría y me reconectó (él) la luz por 20.000 pesos (8 euros).
¿Dije que los técnicos no vinieron? Falso. El primer equipo acudió a mi urgencia siete días después. Tras agradecerles su premura, les pedí que rectificaran lo del contador: "No se preocupe, ya lo reportamos para que se lo cambien en el sistema". Al día siguiente, apareció un nuevo equipo de reparaciones (misma conversación), y a los dos días, todavía vino un tercero. A punto estaba yo de llamar a Iker Jiménez, no fuera que estuviera en medio de una crisis paranormal. "No tiene que hacer nada. La próxima factura le llegará rectificada". Ni que decir tiene que tres días antes de viajar a España por navidad recibí de nuevo la factura de mi vecino, y no la mía.
Así que aquí estoy, sentado en el umbral de mi casa, comiendo crispetas (palomitas) mientras pueda. Ayer llamé de nuevo, y creedme: no hay gestión más inútil en Colombia que intentar solucionar algo por teléfono con una compañía de servicios. No, toca perder tiempo, dinero, hacer mil papeleos, y aún así sin ninguna seguridad de que te contesten en los 15 días estipulados. Como me ocurrió con mi magnífico proveedor de Internet: Movistar. Dos veces he reclamado por irregularidades en el servicio o en el cobro (de más) de la factura; de la primera solo saqué varias llamadas sin éxito, dos viajes a la central en taxi y una reclamación sin contestar. La segunda ni me la recibieron porque debía "esperar a que la primera reclamación se solucionase".
Al menos, me digo, Karina y yo pudimos viajar a España. Ver a mi familia, reencontrarme con algunos amigos y lamentar no haber podido abrazar a otros. Claro que no gracias al BBVA, mi banco por la gracia de La Sierra International School, que tras un año y tres meses de residencia en esta acogedora costa caribeña me denegó una miserable tarjeta de crédito por la que me hizo esperar varios meses para nada, hasta que al final solo pude comprar el que ha sido mi billete aéreo más caro a finales de noviembre. La diferencia con el precio de un mes antes, casi 600 euros. Qué habré hecho yo, me digo, para exiliarme a 8677 kilómetros de mi hogar y acabar dándome de hostias con todas las empresas españolas.
La luna está amarillenta esta noche. No hay mucho que hacer en Valledupar al salir del trabajo, y aún me da flojera (pereza) retomar mis paseos al centro para hacer algo de ejercicio. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Casi 17 meses desde que llegué. Cuatro años desde que iniciara el mejor camino de mi vida en Miguel Yuste, 40. Un año, 10 meses y 15 días desde que ese camino desapareció de mis pies y todo se rompió a mi alrededor. Cinco años, nueve meses y 21 días desde que mi padre se fue sin poder despedirse de mí (no hubo tiempo, no lo hubo, y dolerá por siempre)... Y vaya, lo siento, ya me puse ñoño.
En fin, va a ser que echo de menos a Silvestre. Si no puedes con el enemigo, dicen, únete a él en la batalla perfecta: la novena.
Me pregunto si será la calma que precede a toda tormenta perfecta. La luz llega tenue desde la cocina, aunque no sé por cuánto tiempo. Llevo dos meses sin pagar la luz, desde que un día me cortaron el suministro eléctrico por error y me dí cuenta de que el contador que figura en mi factura no es el que corresponde a mi pequeño apartamento sin aire acondicionado. No, resulta que llevo 16 meses pagando el consumo de una vivienda de dos pisos tres casas más abajo, con su(s) aire(s) correspondiente(s). Tal revelación tuvo lugar gracias a la incompetencia suma de Electricaribe (Unión Fenosa), que no acudió a ninguna de mis tres llamadas de urgencia cuando me cortaron la luz y acabé buscando mi contador casi a ciegas con el tendero de la esquina, hasta que nos dimos cuenta de lo que ocurría y me reconectó (él) la luz por 20.000 pesos (8 euros).
¿Dije que los técnicos no vinieron? Falso. El primer equipo acudió a mi urgencia siete días después. Tras agradecerles su premura, les pedí que rectificaran lo del contador: "No se preocupe, ya lo reportamos para que se lo cambien en el sistema". Al día siguiente, apareció un nuevo equipo de reparaciones (misma conversación), y a los dos días, todavía vino un tercero. A punto estaba yo de llamar a Iker Jiménez, no fuera que estuviera en medio de una crisis paranormal. "No tiene que hacer nada. La próxima factura le llegará rectificada". Ni que decir tiene que tres días antes de viajar a España por navidad recibí de nuevo la factura de mi vecino, y no la mía.
Así que aquí estoy, sentado en el umbral de mi casa, comiendo crispetas (palomitas) mientras pueda. Ayer llamé de nuevo, y creedme: no hay gestión más inútil en Colombia que intentar solucionar algo por teléfono con una compañía de servicios. No, toca perder tiempo, dinero, hacer mil papeleos, y aún así sin ninguna seguridad de que te contesten en los 15 días estipulados. Como me ocurrió con mi magnífico proveedor de Internet: Movistar. Dos veces he reclamado por irregularidades en el servicio o en el cobro (de más) de la factura; de la primera solo saqué varias llamadas sin éxito, dos viajes a la central en taxi y una reclamación sin contestar. La segunda ni me la recibieron porque debía "esperar a que la primera reclamación se solucionase".
Al menos, me digo, Karina y yo pudimos viajar a España. Ver a mi familia, reencontrarme con algunos amigos y lamentar no haber podido abrazar a otros. Claro que no gracias al BBVA, mi banco por la gracia de La Sierra International School, que tras un año y tres meses de residencia en esta acogedora costa caribeña me denegó una miserable tarjeta de crédito por la que me hizo esperar varios meses para nada, hasta que al final solo pude comprar el que ha sido mi billete aéreo más caro a finales de noviembre. La diferencia con el precio de un mes antes, casi 600 euros. Qué habré hecho yo, me digo, para exiliarme a 8677 kilómetros de mi hogar y acabar dándome de hostias con todas las empresas españolas.
La luna está amarillenta esta noche. No hay mucho que hacer en Valledupar al salir del trabajo, y aún me da flojera (pereza) retomar mis paseos al centro para hacer algo de ejercicio. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Casi 17 meses desde que llegué. Cuatro años desde que iniciara el mejor camino de mi vida en Miguel Yuste, 40. Un año, 10 meses y 15 días desde que ese camino desapareció de mis pies y todo se rompió a mi alrededor. Cinco años, nueve meses y 21 días desde que mi padre se fue sin poder despedirse de mí (no hubo tiempo, no lo hubo, y dolerá por siempre)... Y vaya, lo siento, ya me puse ñoño.
En fin, va a ser que echo de menos a Silvestre. Si no puedes con el enemigo, dicen, únete a él en la batalla perfecta: la novena.