¿Quién no ha usado alguna vez la música para evadirse y soñar? ¿O se ha encontrado saboreando de nuevo un recuerdo al escuchar una canción por la radio? Desde el principio de los tiempos la música siempre ha estado ahí, acompañándonos a cada paso, y sus beneficios han superado ampliamente el plano personal. Hoy resulta imposible negar la capacidad de la música para mejorar la calidad de vida de personas con distintas discapacidades o patologías, ansiedad, retrasos en el desarrollo, población en riesgo de exclusión social, la tercera edad… Para cada uno de ellos, un enfoque diferente, siempre con la música como herramienta y siempre con un objetivo: “Mejorar, mantener o restaurar un estado de bienestar, utilizando para ello experiencias musicales y las relaciones que se desarrollan a través de estas”, explica José Fernando Fernández, profesor del máster en Musicoterapia de la Universidad Autónoma de Madrid.
Hablamos de “un proceso sonoro capaz de hacernos conectar con nuestras emociones, aportarnos relajación, aumentar la atención y sensación de bienestar, potenciar la creatividad, desarrollar destrezas motoras y cognitivas, reforzar la autoestima...”, se afirma en la página web de la Fundación Musicoterapia y Salud, que también coordina Fernández. Pero si los beneficios son muchos, también lo son las formas de tratar a pacientes de perfiles tan dispares: “No es lo mismo hacer una sesión con un enfermo crónico adulto que tratar a un niño en oncología pediátrica”, afirma María Jesús del Olmo, presidenta de la fundación y doctora en musicoterapia. Ella empezó a trabajar con pacientes en el hospital universitario de La Paz (Madrid) en 2003, con solo dos estudiantes del máster, distrayendo a niños en la unidad de quemados durante las curas a las que debían someterse. La buena acogida hizo que extendieran su labor a oncología y trasplantes pediátricos, y hoy coordinan una docena de programas con niños y adultos en La Paz, el hospital Ramón y Cajal (también en Madrid) y en Bilbao. En septiembre comenzaron a usar la musicoterapia con adultos en diálisis. “Cuando tenemos una sesión de musicoterapia, siempre tocamos música en vivo, porque entonces puedes cambiar lo que haces dependiendo de la respuesta del paciente”, sostiene Del Olmo. “El musicoterapeuta tiene que tener en cuenta todo lo que rodea al enfermo, tanto a nivel emocional como físico y psicológico, para conseguir aumentar su nivel de bienestar”.“El cómo se relacionan con el dolor cambia mucho cuando tienen sesiones de musicoterapia”, añade Fernández.
Quien recibe sesiones de musicoterapia, además, lo hace siempre de una manera activa, tanto si es individualmente como en grupo. Así ocurre, por ejemplo, con personas autistas o con síndrome de Down, que desarrollan habilidades sociales, mejoran su autoestima, aprenden a canalizar emociones y obtienen beneficios psicomotrices, en el lenguaje, etc.Se ha revelado como una terapia muy útil en enfermos de Alzhéimer, y los efectos de la música en este tipo de pacientes (y en los aquejados de demencia senil) se estudian en el reciente documental AliveInside, de Michael Rossato-Bennett, que ganó el premio del público en la pasada edición del festival de cine de Sundance. Así mismo, para aquellos en cuidados paliativos,“se trabaja mucho con el enfermo y su familia, y es necesario conocer al paciente, su cultura, sus vivencias… Mientras puedan, participan activamente. Luego, claro, el acompañamiento se hace de otra manera”, dice Del Olmo.
Sea cual sea el perfil, se trata de una labor para la que es necesario tener competencia a nivel psicológico. Una formación que reciben los estudiantes del máster en musicoterapia durante el año y medio de clases. Desde que se inauguró hace 14 años, han formado a unos 300 musicoterapeutas, sobre todo maestros especializados en música, músicos profesionales y psicólogos.
Pero ¿qué es lo que hace que la música sea eficaz en situaciones tan diversas? La clave está en tratar a cada enfermo según su patología, a fin de que pueda “reafinar algún aspecto de su vida”. “Usar música para trabajar con poblaciones que tienen algún tipo de discapacidad es más sencillo. Los objetivos que planteamos son terapéuticos, pero es un tipo de trabajo más lúdico”, sostiene Fernández. “Con niños que tienen discapacidad intelectual, este es un tipo de terapia mucho más cercano. Están trabajando sin darse cuenta de que lo están haciendo, y eso hace que sea mucho más fácil”.
“Hay niños a los que les cuesta mucho verbalizar cosas acerca de su enfermedad, y esa información sobre su estado emocional, que es muy necesaria, se consigue fácilmente en las sesiones de musicoterapia”, añade Del Olmo. “Los objetivos de las sesiones no los marca el terapeuta, sino el equipo médico y de enfermería que trata al paciente. Según sus necesidades, nos dice a quién hay que ver y por qué. En oncología pediátrica, por ejemplo, nos mandan a ver a un niño si no socializa lo suficiente, o si va a tener una intervención al día siguiente y le vendrá bien, etc.”
Los efectos beneficiosos son a veces subjetivos, pero otras veces se pueden medir de forma empírica, como cuando trabajan en una UCI pediátrica: “Los niños están siempre monitorizados según unos parámetros clínicos como la frecuencia cardiaca, la saturación de oxígeno en sangre… Cuando realizamos una intervención de musicoterapia, hacemos una medición, antes, durante y después, y se ha comprobado que esas constantes mejoran”. Además, también existen unos test validados que valoran, por ejemplo, el nivel de ansiedad del paciente, y que sirven para medir la efectividad de estas terapias.
La población en riesgo de exclusión social es otro de los sectores que se benefician de la musicoterapia. ¿Y quiénes son? “Hay centros educativos de atención preferente con alumnos de etnia gitana, inmigrantes con renta muy baja, personas tuteladas por los servicios sociales, niños de familias muy desestructuradas –donde por ejemplo uno de los padres está en la cárcel, o proviene de un entorno donde hay alcoholismo o violencia doméstica–, niños en familias de acogida… Lo que se consigue es darles a los chicos una nueva perspectiva, mayor autoestima, menos estrés y que vean nuevas posibilidades en la vida”, explica Fernández. “En Venezuela hay programas musicales con niños de la calle, a fin de evitar que caigan en la delincuencia ola drogadicción. De ahí han salido músicos de talla internacional como Gustavo Dudamel, el director de la orquesta sinfónica Simón Bolívar”. En el mismo sentido se expresa Miren Pérez Eizaguirre, musicoterapeuta y doctora en Sociología, que realizó su tesis en 2012 en un centro de estas características, el colegio Santa Rita en Carabanchel (Madrid): “Los niños presentaban una ansiedad elevada y altos niveles de absentismo escolar. Dividí a 15 niños en dos grupos, uno que asistía a sesiones de musicoterapia semanales y otro que seguía acudiendo a clase normal. Al cabo de un año, los primeros mejoraron en estrés y autoestima, además de que casi nunca faltaban a clase”. En cambio, el absentismo era notoriamente más alto en el segundo grupo.
De la música a las artes escénicas como método de trabajo con personas que sufren discapacidad física, psíquica o sensorial,la Fundación Psico Ballet Maite León implica a profesionales del mundo de la escena, la salud y la educación especial. Allí, los alumnos desarrollan su creatividad, motivación, memoria, concentración y autonomía, entre otros aspectos. Creada en 1986, cuenta con 245 alumnos desde los tres años y más de 1.000 personas han pasado por sus cursos para docentes.
Hablamos de “un proceso sonoro capaz de hacernos conectar con nuestras emociones, aportarnos relajación, aumentar la atención y sensación de bienestar, potenciar la creatividad, desarrollar destrezas motoras y cognitivas, reforzar la autoestima...”, se afirma en la página web de la Fundación Musicoterapia y Salud, que también coordina Fernández. Pero si los beneficios son muchos, también lo son las formas de tratar a pacientes de perfiles tan dispares: “No es lo mismo hacer una sesión con un enfermo crónico adulto que tratar a un niño en oncología pediátrica”, afirma María Jesús del Olmo, presidenta de la fundación y doctora en musicoterapia. Ella empezó a trabajar con pacientes en el hospital universitario de La Paz (Madrid) en 2003, con solo dos estudiantes del máster, distrayendo a niños en la unidad de quemados durante las curas a las que debían someterse. La buena acogida hizo que extendieran su labor a oncología y trasplantes pediátricos, y hoy coordinan una docena de programas con niños y adultos en La Paz, el hospital Ramón y Cajal (también en Madrid) y en Bilbao. En septiembre comenzaron a usar la musicoterapia con adultos en diálisis. “Cuando tenemos una sesión de musicoterapia, siempre tocamos música en vivo, porque entonces puedes cambiar lo que haces dependiendo de la respuesta del paciente”, sostiene Del Olmo. “El musicoterapeuta tiene que tener en cuenta todo lo que rodea al enfermo, tanto a nivel emocional como físico y psicológico, para conseguir aumentar su nivel de bienestar”.“El cómo se relacionan con el dolor cambia mucho cuando tienen sesiones de musicoterapia”, añade Fernández.
Quien recibe sesiones de musicoterapia, además, lo hace siempre de una manera activa, tanto si es individualmente como en grupo. Así ocurre, por ejemplo, con personas autistas o con síndrome de Down, que desarrollan habilidades sociales, mejoran su autoestima, aprenden a canalizar emociones y obtienen beneficios psicomotrices, en el lenguaje, etc.Se ha revelado como una terapia muy útil en enfermos de Alzhéimer, y los efectos de la música en este tipo de pacientes (y en los aquejados de demencia senil) se estudian en el reciente documental AliveInside, de Michael Rossato-Bennett, que ganó el premio del público en la pasada edición del festival de cine de Sundance. Así mismo, para aquellos en cuidados paliativos,“se trabaja mucho con el enfermo y su familia, y es necesario conocer al paciente, su cultura, sus vivencias… Mientras puedan, participan activamente. Luego, claro, el acompañamiento se hace de otra manera”, dice Del Olmo.
Sea cual sea el perfil, se trata de una labor para la que es necesario tener competencia a nivel psicológico. Una formación que reciben los estudiantes del máster en musicoterapia durante el año y medio de clases. Desde que se inauguró hace 14 años, han formado a unos 300 musicoterapeutas, sobre todo maestros especializados en música, músicos profesionales y psicólogos.
Pero ¿qué es lo que hace que la música sea eficaz en situaciones tan diversas? La clave está en tratar a cada enfermo según su patología, a fin de que pueda “reafinar algún aspecto de su vida”. “Usar música para trabajar con poblaciones que tienen algún tipo de discapacidad es más sencillo. Los objetivos que planteamos son terapéuticos, pero es un tipo de trabajo más lúdico”, sostiene Fernández. “Con niños que tienen discapacidad intelectual, este es un tipo de terapia mucho más cercano. Están trabajando sin darse cuenta de que lo están haciendo, y eso hace que sea mucho más fácil”.
“Hay niños a los que les cuesta mucho verbalizar cosas acerca de su enfermedad, y esa información sobre su estado emocional, que es muy necesaria, se consigue fácilmente en las sesiones de musicoterapia”, añade Del Olmo. “Los objetivos de las sesiones no los marca el terapeuta, sino el equipo médico y de enfermería que trata al paciente. Según sus necesidades, nos dice a quién hay que ver y por qué. En oncología pediátrica, por ejemplo, nos mandan a ver a un niño si no socializa lo suficiente, o si va a tener una intervención al día siguiente y le vendrá bien, etc.”
Los efectos beneficiosos son a veces subjetivos, pero otras veces se pueden medir de forma empírica, como cuando trabajan en una UCI pediátrica: “Los niños están siempre monitorizados según unos parámetros clínicos como la frecuencia cardiaca, la saturación de oxígeno en sangre… Cuando realizamos una intervención de musicoterapia, hacemos una medición, antes, durante y después, y se ha comprobado que esas constantes mejoran”. Además, también existen unos test validados que valoran, por ejemplo, el nivel de ansiedad del paciente, y que sirven para medir la efectividad de estas terapias.
La población en riesgo de exclusión social es otro de los sectores que se benefician de la musicoterapia. ¿Y quiénes son? “Hay centros educativos de atención preferente con alumnos de etnia gitana, inmigrantes con renta muy baja, personas tuteladas por los servicios sociales, niños de familias muy desestructuradas –donde por ejemplo uno de los padres está en la cárcel, o proviene de un entorno donde hay alcoholismo o violencia doméstica–, niños en familias de acogida… Lo que se consigue es darles a los chicos una nueva perspectiva, mayor autoestima, menos estrés y que vean nuevas posibilidades en la vida”, explica Fernández. “En Venezuela hay programas musicales con niños de la calle, a fin de evitar que caigan en la delincuencia ola drogadicción. De ahí han salido músicos de talla internacional como Gustavo Dudamel, el director de la orquesta sinfónica Simón Bolívar”. En el mismo sentido se expresa Miren Pérez Eizaguirre, musicoterapeuta y doctora en Sociología, que realizó su tesis en 2012 en un centro de estas características, el colegio Santa Rita en Carabanchel (Madrid): “Los niños presentaban una ansiedad elevada y altos niveles de absentismo escolar. Dividí a 15 niños en dos grupos, uno que asistía a sesiones de musicoterapia semanales y otro que seguía acudiendo a clase normal. Al cabo de un año, los primeros mejoraron en estrés y autoestima, además de que casi nunca faltaban a clase”. En cambio, el absentismo era notoriamente más alto en el segundo grupo.
De la música a las artes escénicas como método de trabajo con personas que sufren discapacidad física, psíquica o sensorial,la Fundación Psico Ballet Maite León implica a profesionales del mundo de la escena, la salud y la educación especial. Allí, los alumnos desarrollan su creatividad, motivación, memoria, concentración y autonomía, entre otros aspectos. Creada en 1986, cuenta con 245 alumnos desde los tres años y más de 1.000 personas han pasado por sus cursos para docentes.